ARTÍCULO DE ALBERTO RODRÍGUEZ (IRAZUSTA COMUNICACIÓN) / Hace apenas dos años, el metaverso se erigía como el nuevo horizonte digital: un ecosistema infinito donde las fronteras entre lo físico y lo virtual se desdibujarían para reinventar la comunicación, el entretejido social e incluso la práctica periodística. Desde Irazusta Comunicación, acuñamos entonces el concepto de metaperiodismo: una reimaginiación de la narrativa informativa en espacios 3D interactivos, donde las audiencias no solo consumirían noticias, sino que las habitarían mediante avatares, manipulando datos en tiempo real o presenciando eventos históricos mediante recreaciones hiperrealistas.
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Por Alberto Rodríguez, subdirector de Irazusta Comunicación / 4 de marzo de 2025
Sin embargo, el 2024 nos enfrenta a un panorama distinto: el despliegue de los metaversos se ha ralentizado, atrapado en una compleja red de desafíos técnicos, económicos y éticos. ¿Qué fracturas han emergido en este camino y cómo condicionan el futuro del periodismo inmersivo? ¿Qué problemas de foco y de propósito tienen estos mundos virtuales?
La tormenta perfecta: Sobreexpectativas versus límites tecnológicos
El impulso inicial liderado por Meta (ex Facebook), Microsoft y otros gigantes tecnológicos chocó contra un muro de realidad: la infraestructura actual no sostiene la utopía prometida. Como detalla Wired (2023), la visión de mundos paralelos fluidos y accesibles se topó con problemas de latencia en redes 5G, limitaciones en el renderizado gráfico masivo y la ausencia de dispositivos de realidad virtual (VR) verdaderamente democratizados. El casco Meta Quest Pro, bandera de esta revolución, sigue siendo un artículo de lujo (1.500€) que, según la IEEE, provoca fatiga visual en el 65% de los usuarios antes de los 45 minutos.
Para el periodismo, esta brecha tecnológica ha truncado experimentos ambiciosos. Proyectos como las redacciones espejo en Horizon Worlds de Meta o las coberturas inmersivas de conflictos en Spatial se han topado con una audiencia testimonial. En España, donde solo el 8% de los hogares posee dispositivos VR según DigitalES, medios como El País o La Vanguardia han limitado sus incursiones a experiencias puntuales en museos virtuales o reconstrucciones históricas en 3D, lejos de una integración cotidiana.
El factor económico: Inversiones en modo «stand-by»
La contracción financiera global ha convertido al metaverso en víctima colateral. Según Reuters, Meta perdió 13.700 millones en 2022 en su división Reality Labs, mientras Disney y Microsoft cerraron sus departamentos dedicados al tema. Consultoras como Gartner ubican ahora esta tecnología en el «abismo de la desilusión», pronosticando una madurez no antes de 2032.
Este repliegue afecta directamente a los medios. Iniciativas como el Virtual Newsroom de Reuters o el proyecto NFTimes de The New York Times (que permitía coleccionar portadas históricas como tokens) han quedado en hibernación. En España, grupos como Prisa o Vocento exploraron tímidamente narrativas 3D, pero sin superar la fase beta: producir una nota en metaverso cuesta hasta 15 veces más que un reportaje multimedia tradicional, según cálculos de la Asociación de Medios de Información.
La torre de Babel digital: La quimera de la interoperabilidad
La promesa de un metaverso unificado se ha fragmentado en decenas de «islas» incomunicadas: desde Decentraland (enfocado en cripto) hasta Roblox (orientado a gaming), cada plataforma opera con motores gráficos, economías y protocolos distintos. Como advierte The Verge, transferir un avatar o un objeto digital entre estos ecosistemas resulta tan complejo como emigrar entre países con idiomas y monedas diferentes.
Esta atomización supone un desafío existencial para el metaperiodismo. ¿Cómo mantener coherencia informativa cuando cada metaverso tiene sus propias reglas de moderación de contenidos? ¿Qué sentido tiene crear una corresponsalía virtual en Horizon Worlds si no puede interactuar con usuarios de Spatial o Sandbox? La falta de estándares comunes ha convertido los experimentos periodísticos en experiencias efímeras, sin capacidad de escalar o generar comunidad.
IA: El elefante en la habitación (virtual)
Mientras el metaverso lucha por resolver sus contradicciones, la inteligencia artificial ha robado el protagonismo con avances tangibles. Modelos como GPT-4, MidJourney v6 o Sora (generador de video de OpenAI) están transformando ya las redacciones: desde la automatización de notas financieras hasta la creación de ilustraciones hiperrealistas en segundos. McKinsey estima que el 75% de las corporaciones priorizan ahora IA frente al 30% que mantiene apuestas metaversianas.
En España, este giro es palpable. El Confidencial emplea algoritmos para personalizar newsletters, Marca genera resúmenes automáticos de partidos, y la Agencia EFE prueba herramientas de verificación de deepfakes. Incluso en ámbitos inmersivos, la IA compite: herramientas como Hour One permiten crear presentadores virtuales sin costosos sets de filmación 3D.
El usuario ausente: ¿Dónde están las audiencias?
Las cifras desnudan un problema clave: pese al bombo, el metaverso no ha seducido a las masas. Decentraland promedia 1.000 usuarios diarios (frente a los 3.500 millones de TikTok), y Horizon Worlds acumula menos de 200.000 visitas mensuales. Para el ciudadano medio, como señala un estudio de Kantar (2024), el metaverso sigue asociado a criptomonedas y NFTs, sectores en crisis tras perder el 80% de su valor en dos años.
En periodismo, esta frialdad del público se traduce en un círculo vicioso: sin audiencias, no hay ingresos publicitarios; sin ingresos, no hay inversión en contenidos de calidad. Proyectos como el Virtual Press Club de AP o el metanoticiero de BBC Earth quedaron en el limbo, incapaces de atraer más que curiosidad pasajera.
El laberinto ético: Privacidad en mundos vigilados
El metaverso exige recolectar datos biométricos sin precedentes: movimientos oculares, tono de voz, patrones de sudoración e incluso ondas cerebrales (en dispositivos como Meta’s EMG). El Foro Económico Mundial alerta que esto crea riesgos de vigilancia masiva, mientras la UE debate cómo aplicar el GDPR en espacios donde un gesto involuntario podría revelar orientación política o estado de salud.
Para el periodismo, esto plantea dilemas críticos: ¿cómo proteger el anonimato de una fuente si su avatar puede ser rastreado mediante hábitos kinésicos? ¿Qué responsabilidad tienen los medios si un entorno virtual expone datos sensibles de sus usuarios? La desconfianza crece: el 68% de los europeos rechazaría usar metaversos según Eurobarómetro, temiendo filtraciones o manipulación.
Reinvención u obsolescencia: ¿Tiene futuro el metaperiodismo?
El estancamiento actual no implica la muerte del concepto, sino su evolución hacia modelos híbridos. Apple, con su Vision Pro, apuesta por realidad aumentada (AR) superpuesta al mundo físico: imagínese leer un reportaje sobre el Amazonas donde los árboles crecen en su salón, o seguir una cobertura electoral con gráficos 3D flotando sobre la mesa. En España, medios como RTVE ya experimentan con AR para enriquecer documentales.
La lección es clara: la innovación tecnológica sigue ciclos de sobreexcitación y ajuste. Como ocurrió con la burbuja puntocom, el metaverso necesita madurar, priorizando utilidad sobre espectáculo. Quizás su rol en el periodismo no sea sustituir a la web, sino complementarla: ofrecer capas de profundidad para historias complejas (crisis climáticas, conflictos bélicos) donde la inmersión añada valor real. Mientras tanto, el foco sigue en herramientas que, como la IA, resuelven necesidades inmediatas: desde combatir desinformación hasta reconectar con audiencias fragmentadas.
El metaverso no ha muerto, pero su reinvención será menos grandiosa y más pragmática. Después de todo, como dijo el gurú de los medios en la era digital, Marshall McLuhan: «Primero damos forma a nuestras herramientas, luego ellas nos dan forma a nosotros». La pregunta sigue en el aire: ¿qué forma queremos que tome el periodismo del mañana?
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