domingo, abril 28, 2024

Activismo corporativo: cuando las empresas pueden hacer el bien

Empresas, organizaciones y ciudadanía están respondiendo de una manera ejemplar ante los acontecimientos, acertando más que nunca con las nuevas necesidades de empleados, clientes y otros grupos de interés, que no son otras que salvar cuantas más vidas mejor y solucionar los problemas reales de sus públicos.

Por Laura Casado, Consultora de Mas Consulting

Cuando las compañías, especialmente las más pequeñas, estaban terminando de armar el puzzle para saber qué quieren ser de mayores, llegó un nuevo issue, el issue, para terminar de romper la baraja.

En España, el coronavirus está impactando de manera especialmente cruel a la población. Por si esto no fuera suficiente, España tiene todas las papeletas de ser uno de los países más afectados en la crisis que ya sobrevuela nuestro mapa. Sin ir más lejos, el 14 de abril, el Fondo Monetario Internacional afirmó que el PIB de España podría llegar a contraerse hasta un 8% y que el índice de paro superaría el 20%. La arquitectura demográfica, el tejido empresarial protagonizado por las PYMES y una alta dependencia en el sector servicios, particularmente azotado durante esta crisis, refuerzan esa tesis y anuncian una segunda parte de esta pesadilla, donde España se antoja especialmente vulnerable.

En este contexto arisco, el foco vuelve a ponerse sobre las empresas y sus reacciones. Éstas deben ser prácticamente inmediatas y al mismo tiempo respaldadas por una estrategia que se alinee con lo que a sus stakeholders les venían anunciando a bombo y platillo. Las decisiones tomadas ahora le darán, o no, la legitimidad social que necesitan para los próximos años, pues los ciudadanos, descontentos en general con la gestión del Gobierno, han girado la cabeza esperanzados hacia los líderes empresariales en búsqueda, quizás, de nuevos oráculos. Según la última encuesta poblacional de Ipsos, el 51% de los españoles considera mala la gestión de la crisis sanitaria por parte del Gobierno, razón por la cual el liderazgo de la sociedad civil está teniendo su merecido minuto de gloria.

En términos generales se palpan las altas expectativas de la gente con nuestras compañías. Empresas, organizaciones y ciudadanía están respondiendo de una manera ejemplar ante los acontecimientos, acertando más que nunca con las nuevas necesidades de empleados, clientes y otros grupos de interés, que no son otras que salvar cuantas más vidas mejor y solucionar los problemas reales de sus públicos.

Que los ciudadanos giren la cabeza es un buen síntoma. Hay confianza en el liderazgo empresarial. También es presión. Las compañías deben agarrarse a un clavo ardiendo en situaciones de pérdida económica, pero que suponen una gran oportunidad para la gestión de sus intangibles. Es el momento de consolidar su papel entre sus grupos de interés.

A pesar de la inmediatez, es imprescindible tomar decisiones sólidas en esta oportunidad, para que las iniciativas no se vuelvan oportunistas. Es difícil, pero nunca las corporaciones habían tenido tanta capacidad de hacer el bien. La parte más positiva, si es que podemos considerarlo así, es que los ciudadanos están unidos por un mismo propósito: sobrevivir. Los intereses confluyen. La empatía canaliza las ganas hacia un mismo objetivo y las empresas tienen más capacidad de llegar al ciudadano que nunca. Las entidades comienzan a ser ciudadanos corporativos, que también tienen alma.

Las decisiones de compañías aéreas de fletar aviones gratis, o de sus propios pilotos de cruzar el mundo en busca de protección para nuestros nuevos soldados, el personal sanitario. Empresas de alimentación que proporcionan cajas de pizza a héroes, voluntarios pagados con permisos retribuidos de las propias empresas, multinacionales dedicadas ahora a la noble tarea de producir geles desinfectantes. Grandes editoriales dejando que los españoles disfruten de sus páginas de revistas de forma altruista, cantantes en su balcón, flotas de autobuses que ahora transportan enfermos a IFEMA o compañías de salud privadas que se desviven por cualquiera, sin preguntar. Estas decisiones son la verdadera identidad corporativa de las empresas y no se trata ni más ni menos que de la escucha más básica a su alrededor y de poner a disposición lo que cada uno puede aportar.

Gracias a ese altruismo, generosidad y empatía, pronto estas historias formarán parte de la cultura corporativa de los empleados, que llevarán con orgullo y no han tenido que hacer encaje de bolillos para ello. Han escuchado las necesidades de sus stakeholders, han sido realistas en sus fuerzas y consecuentes con lo que son. Lo cual no quita ni una pizca del mérito que tienen, navegando en aguas pantanosas.

En este escenario los propios empleados se han erigido como público principal y las medidas destinadas a proteger cada empleo o la seguridad del trabajador en su puesto de trabajo son las más valoradas por la sociedad. También lo son, más allá de las generosas donaciones sin las que la bajada de la curva sería imposible, aquellas iniciativas de las empresas que involucran a su propia plantilla y recursos. Ahora más que nunca importan las personas.

Estos éxitos también hay que contarlos y no solo porque la sociedad está demandando buenas historias en este contexto tan gris; es porque lo que no se cuenta, no existe. Según el Ipsos Brand and Communications Poll del 16 de marzo, el 74% de la sociedad está interesada en saber más sobre lo que las empresas están haciendo para superar la crisis.

En esta situación, España está reconociéndose en el ingenio de sus propios ciudadanos. Ese es el germen de tantas iniciativas corporativas emocionantes que están llenando esta agenda coyuntural y que alegran las noticias estos días. Sin duda, los que actúen ahora, y acierten, tendrán un reconocimiento merecido en este paseo de la fama tan particular.