ARTÍCULO DE LUCÍA MATEOS ( KREAB) / Este domingo, mientras veía a Carlos Alcaraz levantar el trofeo de Roland Garros, no pude evitar pensar en todo lo que hay detrás de un logro como ese. El joven murciano jugó con garra, inteligencia y corazón. Pero, por encima de todo, jugó acompañado. En la pista estaba solo con su raqueta, sí, pero fuera de ella lo rodeaba un equipo comprometido, silencioso, eficaz. Y esa imagen, tan poderosa y tan humana, me llevó a reflexionar sobre algo que muchas veces olvidamos en el mundo laboral y en nuestras vidas: nadie camina solo hacia sus objetivos.
Por Lucía Mateos, Associate Director de Comunicación Corporativa de Kreab / 9 de junio de 2025
En nuestro trabajo, como en el deporte de élite, el talento individual no basta. Necesitamos visión, sí, pero también acompañamiento y confianza. Alcaraz es un fenómeno porque se entrega al máximo, pero también porque ha sabido rodearse de las personas adecuadas. Su entrenador, su preparador físico, su psicólogo deportivo, su entorno más cercano: todos gestionan, orientan y sostienen. Todos lideran desde su lugar.
Y esa es la clave. Liderar no es ordenar. Gestionar equipos no es simplemente asignar tareas. Es inspirar, potenciar, dar ejemplo y, sobre todo, acompañar. No se trata de ser el protagonista de cada jugada, sino de saber cuándo ceder el protagonismo, cuándo escuchar y cuándo empujar. Alcaraz no sería campeón sin su equipo, y ningún profesional, por brillante que sea, puede lograr resultados sostenibles sin un entorno que lo fortalezca.
Además, Carlos nos dio otra lección: la del respeto al rival. En los momentos más tensos de la final contra Jannik Sinner, fue capaz de reconocer el mérito del otro, incluso de sonreír o tender la mano con honestidad. Esa deportividad, que parece un gesto menor, encierra una grandeza profunda. En el mundo del trabajo, como en la vida, también debemos aprender a competir con respeto, a celebrar sin humillar, a reconocer el talento ajeno sin sentirnos menos.
Porque cuando entendemos que el éxito no es un juego de suma cero y que solamente se gana construyendo, empezamos a crear culturas de trabajo más humanas, más sostenibles, más verdaderamente exitosas.
En el mundo empresarial, muchas veces premiamos los logros individuales sin mirar lo que hay detrás. Celebramos al “talento clave”. Pero rara vez nos detenemos a reconocer a quienes construyen en la sombra, a quienes sostienen desde la humildad. Sin embargo, son esas redes humanas las que permiten que alguien como Carlos Alcaraz brille.
Formar parte de un equipo exitoso implica escuchar más de lo que hablamos, observar más de lo que ordenamos, anticiparnos sin imponer. Y, sobre todo, implica estar dispuestos a dejar el ego en la puerta para que la colaboración real ocurra. Liderar es servir. Un líder que no entiende eso, no ha entendido nada.
Al ver a Carlos levantar la copa y correr hacia su equipo para abrazarlos, sentí que ese gesto decía más que cualquier rueda de prensa. Era un reconocimiento a una verdad sencilla pero profunda: en el trabajo, como en el tenis, la victoria también pertenece a quienes no aparecen en la foto final.
Carlos no jugaba solo. Y cada uno de nosotros, sin duda, tampoco.