ARTÍCULO DE IVÁN ESPAÑA VIDAL (ATREVIA) / La cantante Melody está siendo devorada por el mismo monstruo que lleva meses encumbrándola. Su participación en Eurovisión es solo el último capítulo de un ciclo perverso: los medios engrandecen a las figuras públicas para luego derribarlas con el mismo entusiasmo. Pero este fenómeno no es nuevo.
Por Iván España Vidal, Director de Cuentas de Atrevia/ 28 de mayo de 2025
El «mal perder» y la doble vara de medir
Melody quedó antepenúltima en Eurovisión. Un resultado pobre, sí, pero no catastrófico. Sin embargo, lo que ha seguido ha sido un auténtico manual de autosabotaje mediático: criticó a TVE, cuestionó al realizador del festival, se escudó en su contrato para evitar hablar de Gaza y soltó frases tan surrealistas como que «Lady Gaga me dijo que me pasara los puntos por el ñoco».
Muchos errores de comunicación. Pero ¿realmente su pecado ha sido no saber gestionar el fracaso? O más bien ha sido no cumplir con el guion que los medios esperaban: el de la artista redimida que llora en directo, pide perdón o, en su defecto, se convierte en activista de última hora. Porque, siendo honestos: el escándalo no es que Melody no quisiera hablar de política, sino que no lo hiciera como y cuando se le exigía.
La trampa de la «neutralidad política»
Melody dijo: «No me corresponde a mí hablar de eso, yo no soy política». Una postura que, en otro contexto, habría pasado desapercibida. Pero en 2025, con Gaza en llamas y Eurovisión como campo de batalla ideológico, su neutralidad fue interpretada como complicidad. Cabe destacar que Melody sí expresó su opinión respecto al conflicto Israel-Palestina, afirmando «estoy en contra de cualquier guerra» y apoyando la paz.
Pero aquí surge la paradoja: ¿por qué exigimos a los artistas una coherencia moral que no exigimos a los políticos? Mientras Melody era crucificada por no condenar a Israel: artistas estadounidenses como Taylor Swift o The Weeknd evitan pronunciarse contra Trump (o lo hacen tarde y con calculada ambigüedad). Beyoncé actuó en la inauguración de la Copa Mundial en Qatar, un país con graves denuncias por derechos humanos, sin mayor repercusión. En España, nadie cuestionó a David Bisbal por no mencionar Palestina durante su gira en Israel en 2022. ¿Es Melody más culpable por ser menos astuta a la hora de aparentar?
La hipocresía de los medios: «Esta semana toca linchar a Melody»
El tratamiento de la prensa ha sido ejemplarizante. Primero, se vendió su participación en Eurovisión como «el regreso de la diva». Después, se le reprochó no ser «lo suficientemente diva» (o demasiado, según el día). Finalmente, se convirtió en el chivo expiatorio perfecto: una mezcla de mal perdedora, ignorante y cobarde moral. Es el mismo patrón de siempre: Britney Spears fue primero la princesa del pop y luego la loca a la que se ridiculizó durante años. Karla Sofía Gascón pasó de icono trans a blanco de ataques por un discurso malinterpretado. Rosalía fue genio cuando ganó Latin Grammys y una vendida cuando firmó con una multinacional. Los medios no quieren personas, quieren personajes: prefieren a un Pablo López activista (cuando toca) o a un Antonio Banderas apolítico (cuando conviene). La gente ya no sabe cuándo toca fanatizar, idealizar o repudiar, según la semana.
Conclusión: Melody no es el problema, lo somos nosotros
Melody está cometiendo errores, pero su mayor delito ha sido no entender las reglas no escritas del espectáculo: hoy te aman, mañana te destruyen. Da igual lo que hagas: si hablas de política, eres un agitador; si no lo haces, un cómplice. Si ganas, un héroe; si pierdes, un fracasado. Pero tranquila, Melody. La semana que viene habrá otra persona en el punto de mira a la que lanzar piedras, y todo esto quedará diluido en la vorágine mediática. Mientras, los mismos que hoy te señalan seguirán sin hacer autocrítica sobre su papel en esta farsa. Porque, al fin y al cabo, el verdadero festival del ridículo no es Eurovisión: es el circo que montamos alrededor.