viernes, mayo 23, 2025

Lecciones de un apagón eléctrico para la comunicación contemporánea

El lunes 28 de abril de 2025 quedará grabado en la memoria colectiva de España y Portugal como el día en que la tecnología reveló su lado más frágil. Un apagón eléctrico masivo sumió a ambos países en un silencio digital sin precedentes: durante horas, hogares, hospitales, empresas y espacios públicos quedaron desconectados de la red eléctrica. Las consecuencias fueron una cascada de caos: transporte paralizado, redes móviles colapsadas y una abrupta interrupción del teletrabajo, ese pilar invisible sobre el que se sostiene gran parte de la economía moderna.

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Por Alberto Rodríguez Arroyo, subdirector de Irazusta Comunicación / 6 de mayo de 2025

Yo mismo experimenté esa fractura en carne propia. Desde mi casa, donde trabajo en remoto como millones de profesionales, el apagón no solo oscureció la pantalla de mi ordenador: truncó en segundos mi conexión con internet, borró la cobertura móvil y me dejó varado en un aislamiento que, hasta entonces, creía imposible. De pronto, la hiperconectividad que define nuestro tiempo —esa red de voces, datos y pantallas que nos envuelve— se esfumó. Solo quedó un pequeño transistor de pilas, relegado años atrás a un cajón, que emergió como un testigo anacrónico de otra época. Su voz entrecortada, transmitiendo noticias entre velas titilantes (a mi casa volvió la luz entrada la madrugada), no solo me mantuvo informado: me recordó que, en la era del streaming y los algoritmos, los medios analógicos siguen siendo un salvavidas comunicacional.

La fragilidad de las redes: la paradoja de la dependencia digital

El apagón fue más que un corte de luz: fue un colapso sistémico que expuso la vulnerabilidad de nuestra arquitectura digital. Las telecomunicaciones, la administración electrónica, la telemedicina, las transacciones financieras… Todo dependía de un flujo constante de electricidad que, al interrumpirse, dejó al descubierto una verdad incómoda: hemos construido una sociedad que opera bajo la ilusión de la infalibilidad tecnológica.

Las casas inteligentes se volvieron opacas, los sistemas de emergencia quedaron mudos y millones de personas descubrieron que, sin electricidad, el mundo se reduce a un espacio físico limitado y desconectado. Este episodio ilustra un principio clave de la comunicación contemporánea: la interdependencia entre infraestructura tecnológica y flujos informativos. Como señala Manuel Castells en La Sociedad Red, la digitalización ha creado una «cultura de la inmediatez» donde la ausencia de conectividad no solo limita el acceso a la información, sino que socava la capacidad de actuar, decidir y, en última instancia, de sentirnos parte de una comunidad.

Medios en la tormenta: entre el sensacionalismo y el servicio público

El apagón también puso bajo el microscopio el papel de los medios y las instituciones en la gestión comunicativa de una crisis. Según una encuesta del CIS citada por HuffPost, el 60% de la población consideró «insuficiente o confusa» la información oficial durante las primeras horas. Mientras las emisoras de radio —con su agilidad y alcance— se convirtieron en faros de veracidad, algunos medios digitales optaron por el clickbait, difundiendo teorías conspirativas o especulaciones sin verificar.

Este contraste refleja una tensión inherente a la ecología mediática actual: la velocidad versus la veracidad. Como advierte el teórico Christian Fuchs, la lógica de los social media prioriza la viralidad sobre el rigor, un fenómeno que se exacerbó durante el apagón. Las redes sociales, en manos de quienes aún tenían batería, se inundaron de bulos y videos manipulados, demostrando cómo la desinformación aprovecha los vacíos institucionales. Aquí, el concepto de gatekeeping —la labor de filtrar y validar información— resurge como un antídoto necesario, pero su ausencia en plataformas descentralizadas agravó la incertidumbre.

Lecciones para un futuro resiliente: comunicación más allá de los bytes

El 28 de abril nos legó, a mi juicio, cuatro enseñanzas críticas, cada una vinculada a teorías fundamentales de la comunicación:

1) Redundancia analógica: la paradoja de lo antiguo como innovación

El transistor a pilas no es una reliquia, sino un recordatorio de la importancia de la redundancia en los sistemas comunicativos. La UNESCO, en su marco para la resiliencia mediática, insiste en que los medios tradicionales —como la radio— deben integrarse en los protocolos de emergencia como canales prioritarios. En un mundo digital, lo analógico se convierte en un plan B no negociable.

2) Transparencia institucional: reconstruyendo confianza en tiempo real

La teoría de la comunicación de crisis (Coombs, 2007) subraya que la credibilidad se construye con rapidez, claridad y empatía. Las autoridades deben adoptar un enfoque proactivo, ofreciendo actualizaciones constantes incluso si no hay novedades. Desde Irazusta Comunicación tendemos a la actitud valiente. El silencio, como demostró el apagón, solo alimenta la desconfianza y el caos.

3) Protocolos híbridos: democratizando el acceso a la información

Ni todos tienen un transistor, ni todos usan Twitter. Los planes de contingencia deben combinar SMS masivos, alertas en radiofrecuencia y puntos físicos de información. Es una cuestión de equidad comunicativa, tal como propone la teoría de la brecha mediática (Tichenor, 1970).

4) Alfabetización mediática: vacuna contra la infodemia

La educación crítica en medios —reconocer fuentes, verificar datos— es tan vital como saber nadar en un naufragio. La UNESCO la define como un derecho humano en la era digital, y el apagón demostró por qué: en la oscuridad, la capacidad de discernir entre un rumor y un hecho salva vidas.

Conclusión: Hacia una comunicación antifrágil

El apagón fue un simulacro no planificado de lo que podría ser un colapso prolongado. Nos enseñó que, en un mundo hiperconectado, la resiliencia no depende solo de tener baterías de respaldo, sino de construir ecosistemas comunicativos diversos, inclusivos y críticos. La radio que me acompañó aquel día no era un artefacto nostálgico: era un símbolo de que, incluso en la era digital, la comunicación debe ser plural, accesible y, sobre todo, humana.

Como profesionales de la comunicación, tenemos la responsabilidad de abogar por políticas que equilibren innovación y redundancia, velocidad y veracidad. Termino con el gurú…como escribió Marshall McLuhan, «el medio es el mensaje», y en la oscuridad, el medio más confiable puede ser el que nos obliga a escuchar, no a cliquear.


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