lunes, octubre 14, 2024

La nueva era de la posverdad: por qué la sociedad ya no se cree nada

ARTÍCULO DE JAIME GONZÁLEZ (ATREVIA) / La sociedad actual no tiene un problema con la verdad, no al menos mayor que el que tenían nuestros antepasados. En cambio, tiene un grave problema con la información, y por ende con la comunicación, la credibilidad y la confianza.

Por Jaime González, director de Investigación Social de ATREVIA / 5 de noviembre de 2021

“Por favor, únase a nosotros en nuestra búsqueda para convencer al mundo de la verdad” (The Flat Earth Society)

Un padre y un hijo miran el 4 en Matemáticas en las notas de junio del segundo. La historia que explica cómo ha llegado ese número a sus vidas variará enormemente en función de quien de los dos la cuenta. Lo que no podrán negar ninguno de ellos es que toca ir a septiembre. Los datos unen nuestras historias, especialmente en tiempos de crisis; únanse a la nuestra para reflexionar juntos durante las próximas semanas sobre el reto de la desinformación.

Acertijo sólo para expertos en comunicación:

El 67% de la población española mayor de edad afirma estar preocupada por el impacto que tiene la desinformación en su toma de decisiones diaria; el 85% vive con la creencia de que existe una intención deliberada de manipularlos a través de la comunicación, y, sin embargo, el 92% siente que las tan atacadas y denostadas redes sociales, origen del cambio de paradigma de la desinformación y manipulación, son el canal de comunicación que más y mejor les representa. Dos de estos tres datos han sido cuidadosamente extraídos del Primer Barómetro de la Desinformación realizado desde el Departamento de Investigación de ATREVIA junto a Intermón Oxfam y Maldita; el otro, a pesar de haber sido seleccionado con el mismo grado de cuidado, es totalmente falso. Hagan sus apuestas.

El 67% de los españoles está preocupado por el impacto que la desinformación tiene en su día a día

Que vivimos una era nueva y espantosa de posverdad y que estamos rodeados de mentiras y ficciones es algo que hoy día todos oímos de forma reiterada. Una de las ficciones más maravillosas que circula por Internet desde principios de 2006, entendida por algunos como una broma, por otros como una teoría de la conspiración, sostiene que Australia, la isla de 7,692 millones km², calculen ustedes mismos en campos de futbol, y 25 millones de habitantes, no existe. Es natural que el hecho de que miles de personas alrededor del globo convivan todos los días con esta creencia dentro de su fuero interno, desde que el sol sale por el Este hasta que se pone por el Oeste, nos produzca estupor e incomprensión.

Sin embargo, un rápido vistazo por la historia nos muestra que el fenómeno de la desinformación no es nada nuevo, e incluso el hábito de negar naciones enteras cuenta con un largo pedigrí, cuyos orígenes se remontan siglos antes del Brexit, Putin o Trump. Tal como apunta Yuval Harari, a quien debo casi todas las ideas de este párrafo, ya desde sus inicios el asentamiento británico en Australia se justificó por la doctrina legal de terra nullius (“tierra de nadie”), que negó de un plumazo 50.000 años de historia aborigen. La negación del Tibet por parte de China, la invención de la República Popular de Donest por parte de Rusia, la negación de Palestina por parte de la ministra Golda Meir… si la comunicación puede hacer desaparecer a la mitad del mundo de los ojos de la otra mitad es comprensible que nuestra audiencia, cada vez más hábil y consciente, se sienta preocupada.

Igual de preocupados deberíamos estar los expertos de comunicación sobre el siguiente dato si valoramos nuestro trabajo: “uno de cada dos españoles (54%) siente que hay tanta desinformación en la sociedad que ya no se cree nada”. “Nada” es muy poco para justificar las inversiones de nuestras compañías en comunicación.

El 85% de los españoles cree que existe una intención deliberada de manipularlos a través de la comunicación

Dentro del cuadro médico de infoxicación del que todos hemos sido diagnosticados sin recibir receta de tratamiento, hay un síntoma que afecta singularmente a organizaciones y marcas: la pérdida de confianza. Hoy, que el corto plazo domina la comunicación y que la eficacia no necesita de la estabilidad de la verdad para cumplir sus objetivos, las prácticas que requieren de tiempo están en trance de perderse como antiguos rituales. La creación de confianza es una de ellas, pues además de múltiples ingredientes como empatía y diálogo, comportamientos coherentes, compromisos y transparencia, necesita de un cocinado a fuego lento.

Las estrategias de comunicación actuales, en su desenfrenada producción de nueva información táctica, tienen comúnmente un gran alcance gracias a los nuevos canales, un impacto incierto y una gestión limitada de la confianza. Sólo así se explica que un 47% de la población española crea que las empresas generan y difunden informaciones falsas en medios y redes sociales, un 66% afirma que lo hacen los influencers y un 76% los partidos políticos. En total, si contamos a medios de comunicación, ONGs e instituciones públicas, únicamente el 2% de los ciudadanos cree que ningún colectivo social relevante en España difunde bulos (el margen de error del Barómetro de Desinformación es de ± 2,19%.).

Para explicar las crisis de confianza en un sector tan sensible a las mismas como el financiero, Raymond Moley, asesor de Franklin D. Roosevelt en los años de la Gran Depresión, solía recurrir a la siguiente anécdota:

Cuando era pequeño, un irlandés llegó a mi ciudad natal. Venía de trabajar en la cantera y se dirigió al banco, donde dijo “Si mi dinero está aquí, no quiero retirarlo; si no lo está, entonces sí que quiero llevármelo”

Los profesionales de la comunicación gestionamos la información de la misma forma que los financieros el dinero. La confianza es nuestra divisa, si baja se devalúa nuestro trabajo, la duda del cliente nos inhabilita como expertos. Por ello, debemos ser capaces de administrar el ecosistema de la información de forma más sostenible y coordinada, evitando que las acciones de unos pocos y el descontrol de todos, continúen aumentado la temperatura social y causen daños difícilmente recuperables dentro nuestro clima de convivencia.

El 92% de los españoles siente que las redes sociales son el canal de comunicación que más y mejor les representa

A la hora de dialogar sobre qué rol desempeña Internet en nuestras vidas, estamos obligados a encontrar puntos de acuerdo entre esta optimista proclamación de John Perry Barlow, fundador de la Electronic Frontier Foundation, en los albores de la red en 1996 y las no tan optimistas palabras del activista por el software libre y cofundador de Pirate Bay, Peter Sunde, en 2015. Uno pasa por pactar que Internet en sí no debería ser objeto ni de las críticas ni de las alabanzas de este diálogo, siendo las fuerzas que dirigen su utilización las que se deben encontrar bajo el foco de las mismas. Algo parecido a esto deben pensar el 70% de los españoles que se muestran a favor de que las redes sociales estén más reguladas o el 76% que opina que las nuevas plataformas deberían asumir compromisos similares a los de los medios tradicionales.

En un contexto en que el 41% de la población afirma que la libertad de expresión debe estar por encima de todo, frente a solo el 29% que lo niega y donde un 30% es incapaz de posicionarse en este debate, otro punto de acuerdo debería ser el aceptar que la tentación que puede aparecer en cualquier emisor de aumentar la efectividad de la información recurriendo a bulos o noticias falsas es incontrolable. Es más, la elección de emocionarse ante hechos falsos y acciones fingidas debe estar siempre a disposición del receptor gracias al humor y la ironía. Así lo piensa el 59% de la población que apuesta por mantener los bulos y desinformaciones en Internet, siempre y cuando queden señalados como tal.

Por último, podemos estar de acuerdo en que el mundo digital y el mundo físico no son independientes y comparten una misma verdad, sea cual sea esta. Hanna Arendt llamaba verdad a aquello que no logramos cambiar. Tras dedicar varios meses al Barómetro de la Desinformación, desde ATREVIA Investigación podemos afirmar que la sociedad actual no tiene un problema con la verdad, no al menos mayor que el que tenían nuestros antepasados. En cambio, tiene un grave problema con la información, y por ende con la comunicación, la credibilidad y la confianza. Si Internet es la casa que hemos creado con ladrillos de información y nuestra alma tiene tendencia a tomar las dimensiones de la habitación donde estamos, ¿dónde nos deja a los arquitectos de la información el dato de que en realidad sólo un 8% de los ciudadanos se sientan representados por el clima polarizado de las redes sociales?