ARTÍCULO DE ALBERTO RODRÍGUEZ (IRAZUSTA COMUNICACIÓN) Subirse juntos a un tren es un salto de fe. Cuando una empresa y una agencia de comunicación deciden emprender un viaje compartido, no lo hacen hacia una estación con fecha marcada en el billete, sino hacia un destino abierto, flexible, incluso un poco imprevisible. Puede durar más de lo esperado, o terminar en la estación menos pensada. Y esa es la gracia: lo importante no es llegar, sino cómo se viaja, qué paisajes se descubren y qué historias se comparten mientras el tren avanza.
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Por Alberto Rodríguez, Subdirector de Irazusta Comunicación/ 12 de septiembre de 2025
La relación entre empresa y agencia debería vivirse así: como una travesía en la que uno pone la gasolina —o la electricidad, si nos ponemos modernos— y el otro se asegura de que no descarrilemos en la primera curva. El cliente sube con sus sueños, objetivos y alguna que otra mochila llena de expectativas (y caprichos, claro). La agencia, en cambio, se sienta con la experiencia del que ya conoce túneles, raíles y puentes: sabe que no todo es paisaje llano y soleado, que habrá tormentas y retrasos, pero también momentos mágicos con vistas que merecen la pena.
Hace un tiempo escribí sobre los principios T.O.T.E.M para la buena relación entre clientes y agencias y ahora me vienen que ni pintados. No nos engañemos: no todos los viajes son una experiencia placentera. Si falta transparencia, el billete no vale nada. Si la empresa oculta parte del equipaje o la agencia vende postales de paisajes que no existen, el viaje se vuelve pesado y hasta claustrofóbico, resultando una fuente de decepciones. La objetividad es ese recordatorio incómodo pero necesario de que no podemos pintar la ventanilla de rosa cuando fuera está cayendo un diluvio. El tacto, por su parte, es como ese compañero que te ofrece un café en mitad de la curva más brusca: hace que todo sea más llevadero, incluso cuando el traqueteo te sacude de la silla.
La estrategia, por supuesto, es la brújula que evita que el tren dé vueltas como un tiovivo. Porque sí, se puede avanzar sin rumbo, pero gastarás combustible, paciencia y dinero en un viaje que no lleva a ninguna parte. Y luego está el famoso match: ese encaje invisible que hace que quieras compartir asiento, discutir sin enfadarte y confiar en que, aunque el viaje se tuerza, tu compañero no te dejará tirado en el andén.
El trayecto se prolonga mientras tenga sentido. A veces, la empresa descubre un paisaje inesperado y decide seguir extendiendo vías; otras, el tren se detiene en una estación donde es más sabio bajarse y continuar por separado. No pasa nada, no es un drama: a veces lo peor que puedes hacer es seguir de largo y acabar en una estación equivocada.
Al final, lo que mide la calidad de esta relación no son los kilómetros recorridos, sino cómo se ha vivido el viaje: las conversaciones que abrieron horizontes, los silencios que construyeron confianza, la lealtad que mantuvo unido al equipo en los tramos difíciles, las estaciones donde se celebraron logros y los túneles donde se aguantó el tipo juntos. Subirse a ese tren es aceptar que el destino no está escrito, que las vías se construyen sobre la marcha y que, mientras dure, lo importante es llegar a la estación de destino y disfrutar del recorrido. ¡Viajeros a tren!.
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