viernes, diciembre 5, 2025

El Halloween del comunicador: 15 terrores que acechan entre notas de prensa, briefings y eventos

Hay quienes temen a los fantasmas, a los payasos o a los vampiros. Pero para quienes trabajamos en agencias y departamentos de comunicación, los horrores se esconden tras cada “nota urgente”, cada “¿podemos cambiarlo rápido?” y cada “hagámoslo viral”. Los comunicadores viven en un equilibrio precario entre la inspiración y el infarto: revisando cifras, persiguiendo aprobaciones y apagando incendios con sonrisa profesional.

ARTÍCULO PATROCINADO POR HALLON, INTELIGENCIA DE MEDIOS

Por Redacción, 31 de octubre de 2025

El día a día del comunicador está lleno de pequeños sustos, de momentos en los que el corazón se acelera más que las métricas. Porque detrás de cada campaña brillante hay horas de control, improvisación y supervivencia emocional. Quizá no enfrentemos fantasmas ni monstruos, pero sí egos, plazos imposibles y correcciones infinitas. Al final, la comunicación tiene algo de magia: siempre logra resucitar, incluso después del peor titular. Así que, en este Halloween, brindemos con café por todos los profesionales que cada día esquivan sus propias pesadillas… y aún conservan el sentido del humor.

Con motivo de Halloween, en Top Comunicación hemos recopilado 15 auténticas pesadillas del oficio: situaciones tan reales que provocan escalofríos… o carcajadas nerviosas. Ponte cómodo, revisa que el Wi-Fi funcione y prepárate para temblar.

1) El horror de la errata maldita

Nada produce más escalofríos que descubrir una errata justo después de enviar una nota de prensa. Una cifra con un cero de más, un apellido mal escrito o ese adjetivo que cambia todo el sentido del mensaje pueden convertir un comunicado impecable en una broma nacional. En segundos, el error se multiplica en los medios, las redes y el clipping. Lo peor llega con el temido correo posterior: “Rectificación urgente”. Porque da igual cuántas horas dediques a revisar un texto: la errata siempre acecha, silenciosa, esperando a publicarse. Y, claro, los periodistas nunca citan tus frases perfectas, solo la que lleva el fallo.

2) El evento fantasma

Pasas semanas diseñando el evento ideal: espacio perfecto, catering impecable, confirmaciones prometedoras. Pero llega el gran día y… el eco de tus propios pasos te acompaña por la sala vacía. Ni periodistas, ni influencers, ni siquiera el propio cliente parece muy convencido de venir. Los canapés fríos te miran con compasión mientras revisas la lista de asistentes por décima vez. Alguien comenta: “seguro que están en el atasco”. Pero el atasco eres tú, intentando justificar el presupuesto de un evento sin público. Lo único que se viraliza: las sobras del catering.

3) El influencer desaparecido

Todo firmado, todo acordado. La publicación debía salir a las 18:00, con un texto exacto, menciones y hashtag definidos. Son las 18:10 y el post no aparece. A las 18:30, tampoco. A las 19:00, silencio absoluto. El influencer, que ayer respondía a cada mensaje con emojis entusiastas, se ha desvanecido. Intentas contactar por todas las vías posibles, pero su última story muestra un cóctel en Ibiza. Horas después, contesta: “¡Ay, se me pasó!” y promete hacerlo “mañana sin falta”. Claro, mañana. Ese día que nunca llega. Aprendes dos cosas: 1) los contratos son papel mojado y 2) el ghosting también existe en comunicación.

4) La rueda de prensa desierta

Has preparado acreditaciones, dossieres, un photocall que ni Cannes y un catering que haría llorar de emoción a cualquier periodista. Pero llega la hora… y nadie cruza la puerta. Ni flashes, ni grabadoras, ni preguntas. Solo el responsable de sonido y el camarero. Los minutos se alargan mientras refrescas la bandeja de entrada, esperando un milagro. Finalmente aparece un periodista de prácticas que confiesa: “me mandaron por si acaso”. En ese momento entiendes el verdadero valor de las convocatorias virtuales… y la importancia de tener siempre un plan B (y un buen plan de justificación al cliente).

5) El tuit maldito

El community manager publica un tuit brillante, ingenioso, digno de premio. Pero a los diez segundos, el horror: una errata en el hashtag, una imagen equivocada o, peor aún, una mención que enlaza al perfil equivocado (y nada corporativo). Entras en pánico. Lo borras, lo corriges, lo vuelves a subir. Pero ya es tarde: alguien ha hecho captura. Los comentarios empiezan a llover. Los segundos que tardas en borrar el error se sienten eternos, y la lección queda grabada: ningún tuit es inocente, y ningún error pasa desapercibido.

6) El cliente que nunca duerme

Los comunicadores saben que hay clientes diurnos y otros… nocturnos. Esos que escriben a las 23:57 con el inocente mensaje: “¿Podemos cambiar todo el enfoque de la nota para mañana?”. No importa que la nota esté aprobada, enviada y publicada. La frase “es solo un pequeño ajuste” presagia horas de insomnio y redacción contrarreloj. Porque el cliente nocturno nunca duerme, pero tú tampoco. A las tres de la mañana, mientras revisas por décima vez el texto, te preguntas si los vampiros también mandan briefs a medianoche.

7) El Excel de los contactos perdido

Tu base de datos de periodistas es oro puro: nombres, medios, teléfonos, correos personales… Y de pronto, desaparece. Un fallo del sistema, un archivo no guardado o un despiste fatal. En segundos, te quedas sin tu bien más preciado. Intentas recuperar copias, contactas con IT, rastreas el disco duro, rezas a todos los santos de la nube. Nada. Y ahí estás, empezando de cero, buscando correos antiguos y reconstruyendo relaciones como un arqueólogo digital. Una pesadilla que te enseña una gran verdad: haz backup. Siempre.

8) El titular traicionero

Después de una entrevista perfecta, con mensajes precisos y tono impecable, llega la publicación. Lees el titular y… horror. El periodista ha destacado justo esa frase improvisada que dijiste off the record. Los matices desaparecen, el contexto se diluye y el resultado parece una declaración incendiaria. El teléfono empieza a sonar, el portavoz te mira con incredulidad y el cliente pregunta: “¿cómo ha podido pasar?”. Explicas la diferencia entre entrevista y publirreportaje, pero ya es tarde. La lección: ningún micrófono está realmente apagado.

9) La entrevista que se convierte en interrogatorio

Todo parece bajo control: periodista amable, tema conocido, respuestas preparadas. Hasta que llega la primera pregunta trampa. El tono cambia, el entrevistador se transforma en detective y el portavoz empieza a sudar. Tú, desde la esquina, intentas enviar mensajes telepáticos de “no respondas eso”. Pero ya es tarde: lo ha dicho. Lo peor llega cuando el titular resume todo en una frase desafortunada. Es entonces cuando entiendes que el media training debería incluir defensa personal emocional.

10) El evento en streaming… que no stremea

Todo listo: escenario, luces, presentador, público virtual esperando. “Estamos en directo en tres, dos, uno…” y el Wi-Fi decide morirse. Pantalla congelada, sonido cortado, chat del público inundado de “no se oye”. Los técnicos corren, el cliente pregunta cada 30 segundos si ya se arregló y tú sonríes con la calma de quien está al borde del colapso. Minutos después, el streaming vuelve… justo cuando el discurso termina. Y aprendes que ningún cable, por nuevo que sea, es inmune a la maldición del directo.

11) El periodista vengativo

Aquel periodista al que hace meses le dijiste “no hay declaraciones” parece haberlo recordado. Porque ahora, cada vez que envías algo, lo ignora o, peor, publica con un tono ácido. En comunicación, los rencores son sutiles, pero existen. El castigo puede llegar en forma de titular con doble sentido, silencio absoluto o un “recibido” que significa “ni lo leeré”. Aprendes a cultivar la diplomacia como un arte y a ofrecer cafés conciliadores antes de que el rencor se convierta en portada.

12) El becario con acceso a la red social corporativa

Nadie olvida su primera vez dando acceso a redes sociales. Un becario entusiasta, bienintencionado, publica un meme, un comentario o un tuit “personal”… en la cuenta oficial de la empresa. El caos se desata. Llamadas, capturas, mensajes de crisis. “Ya lo borré”, dice él, con cara de pánico. Pero tú sabes que el internet nunca olvida. Lo importante no es el error, sino la reunión posterior para explicárselo al jefe. Y esa, sí, da verdadero miedo.

13) El clipping infernal

Empiezas el día abriendo el informe de prensa con ilusión. Hasta que ves los titulares. Todos negativos, todos con el enfoque opuesto al deseado. Tu estrategia, impecable; el resultado, desolador. Intentas racionalizarlo: “al menos nos han mencionado”. Pero el cliente solo ve el lado oscuro. El resto del día lo pasas redactando explicaciones y buscando la manera de transformar el desastre en oportunidad. Spoiler: a veces no se puede.

14) El brief eterno

Todo comienza con una frase inocente: “Queremos algo sencillo y directo”. Tres reuniones después, el briefing tiene 17 páginas, cuatro versiones del mismo objetivo y dos públicos contradictorios. Cada cambio genera otro cambio. El documento crece como un monstruo de Frankenstein, imposible de controlar. Intentas resumir, pero cada intento genera un nuevo párrafo. Cuando por fin entregas la propuesta, el cliente dice: “no era exactamente esto”. Y ahí entiendes que el horror no está en el trabajo… sino en la palabra “revisión”.

15) El PowerPoint maldito

Presentación perfecta, público atento, discurso fluido. Justo cuando llegas a la diapositiva más importante… pantalla azul. El proyector parpadea, el portátil decide actualizarse y tú sonríes con ese gesto que mezcla resignación y pánico. Mientras esperas que el sistema configure las actualizaciones, improvisas con humor forzado. Nadie escucha realmente lo que dices: todos miran la pantalla en negro. Finalmente, vuelve la imagen, pero el ritmo ya está perdido. Aprendes que el mayor terror tecnológico no está en los virus, sino en el propio PowerPoint.


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