domingo, diciembre 7, 2025

La esfera de influencia del CEO

ARTÍCULO DE JAVIER COMAS (ATREVIA) / Durante años, los líderes empresariales se definieron por su capacidad de gestionar resultados: incrementar ingresos, optimizar estructuras, o expandir mercados. Pero en la economía actual —marcada por la incertidumbre regulatoria, la sensibilidad reputacional y la interdependencia de sectores—, dirigir bien ya no basta.
Hoy, un CEO necesita saber influir: entender los entornos donde se decide aquello que afecta al futuro de su compañía y participar en ellos con criterio y presencia.

Por Javier Comas, Responsable de Relaciones Corporativas de ATREVIA/28 de octubre de 2025

La esfera de influencia de un líder ya no se limita a su consejo de administración o a su equipo directivo. Se extiende a instituciones empresariales, organismos reguladores, medios de comunicación, foros sectoriales, asociaciones profesionales, think tanks y comunidades académicas. En todos esos espacios se construye el relato sobre qué sectores son estratégicos, qué compañías son referentes y qué líderes se consideran interlocutores legítimos ante el poder público o la opinión pública. Y esa legitimidad —la de ser escuchado, citado o convocado— no se improvisa: se construye metódicamente.

En ese sentido, la gestión de la influencia no tiene nada que ver con la autopromoción. Es, más bien, una disciplina estratégica: requiere identificar los entornos relevantes, comprender su lógica interna y conectar con las personas que los hacen funcionar. El CEO que actúa con visión institucional no busca “visibilidad”, sino posicionamiento: estar donde se toman las decisiones, antes de que esas decisiones se traduzcan en marcos regulatorios, movimientos de mercado o narrativas mediáticas.

La diferencia entre una empresa que influye y otra que reacciona está en la anticipación. Las compañías que permanecen en un rol pasivo —esperando a que el contexto cambie para adaptarse— corren el riesgo de ser meros sujetos de políticas o percepciones ajenas. En cambio, aquellas cuyos líderes entienden que la influencia también se gestiona —igual que se gestionan el talento o las finanzas— logran moldear el entorno a favor de su visión de largo plazo.

Construir esa esfera de influencia exige tres competencias que rara vez se enseñan en los MBAs: lectura institucional, capacidad relacional y sentido reputacional.

La lectura institucional consiste en interpretar la dinámica de poder más allá de los organigramas formales: quién influye realmente, qué intereses confluyen y qué temas marcarán la agenda. La capacidad relacional implica conectar de forma auténtica con otros líderes —corporativos, públicos o sociales— desde la reciprocidad, no desde la conveniencia. Y el sentido reputacional tiene que ver con mantener la coherencia entre lo que se dice, lo que se hace y lo que otros perciben; un equilibrio sutil, pero determinante.

No se trata de convertir al CEO en un diplomático corporativo, sino de asumir que su liderazgo se proyecta también fuera del perímetro de la empresa. Un buen ejemplo lo ofrecen las organizaciones que han sabido institucionalizar esta función: equipos de relaciones corporativas o corporate affairs que no solo gestionan comunicación o relaciones públicas, sino que actúan como auténticas antenas estratégicas entre la compañía y su ecosistema de decisión.

Su valor está en transformar la información en conocimiento y el conocimiento en acceso.

La verdadera influencia no se mide por la cantidad de apariciones en prensa ni por el número de contactos en la agenda. Se mide por la capacidad de alinear voluntades, de inspirar confianza en interlocutores diversos y de contribuir a los grandes temas del país o del sector desde una voz informada y respetada.

Esa es la forma más duradera de liderazgo: la que trasciende el cargo y se convierte en referencia.

En un tiempo en que los entornos cambian más rápido que las estructuras, los CEOs que entienden la importancia de su esfera de influencia no solo protegen a sus organizaciones: las preparan para liderar. Porque la influencia —cuando se ejerce con propósito, método y responsabilidad— no es poder: es estabilidad a largo plazo.