Una de las vertientes de la crisis provocada por el COVID-19 está afectando y mucho a la relación entre el Gobierno y los medios de comunicación.
Por Cristina García Alonso, Consultora senior de Proa Comunicación
Hace dos semanas alrededor de medio millar de periodistas, así como las principales asociaciones que les representan, secundaron un manifiesto titulado ‘La libertad de preguntar’ para protestar contra el sistema implantado por el Ejecutivo para afrontar las ruedas de prensa en el Palacio de la Moncloa, en el que las preguntas se planteaban a través de un chat y eran seleccionadas y formuladas al compareciente por el secretario de Estado de Comunicación. Incluso algunos medios anunciaron que no volverían a participar en las mismas considerando el método de elección de las preguntas como censura.
Ante la cada vez mayor expansión de la protesta, el Ejecutivo decidió cambiar la fórmula de las primeras comparecencias del fin de semana y combinar el chat y la videoconferencia, lo que técnicamente permite a los periodistas que cubren habitualmente la información del Gobierno algo tan básico como las repreguntas, impensables en el procedimiento contra el que se protesta.
Aunque todo ello parezca una simple cuestión de forma, su importancia es mucho más profunda, porque en un momento de crisis como el que estamos viviendo el poder político no solo tiene la obligación de extremar la transparencia en el contenido de sus comunicaciones, sino también en la forma de las mismas. En definitiva, el viejo dicho de ‘La mujer del César no solo tiene que ser honrada, sino parecerlo’.
Además, en una situación en la que se ha implantado el estado de alarma, que dota al Gobierno de poderes excepcionales, entre ellos el de confinar a la población en sus casas en pro de la salud pública, el papel fundamental que tienen los medios en todo proceso democrático se intensifica. De hecho, es de los pocos sectores en los que se mantiene la actividad, sin pertenecer al sector sanitario ni al alimentario ni sus complementarios.
Hay que decir, por otra parte, que las ruedas de prensa sin preguntas son una tentación en la que caen cada vez más los gobernantes, pero también el resto de partidos de todos los colores políticos e, incluso, se dan casos en organizaciones deportivas o empresariales, por poner ejemplos ajenos a la política. Lo cual es una incongruencia total y absoluta. No se puede llamar rueda de prensa a un acto al que se convoca a periodistas para leerles un comunicado, pues atenta contra la propia esencia de la función de estos últimos, que es preguntar para informar a sus lectores/oyentes/espectadores. Aparte de que, si lo que se pretende es simplemente leer un texto ante un micrófono para obtener una foto, existen medios mucho más rápidos, como el correo electrónico, y que no hacen perder tiempo a nadie. Seguro que los informadores lo agradecerán, pues no suelen andar abundantes de tiempo.
El problema es que la mayoría de las veces lo que se esconde detrás de estas comparecencias es el miedo a cometer errores, a hablar más de la cuenta, a que se escapen cosas que no se deben contar o, simplemente, el saber que realmente no se tiene contenido interesante para transmitir. Desde el punto de vista de la comunicación, es absurdo y contraproducente el abuso de esta herramienta solo ‘para salir en la foto’, pues se acabará frustrando a quien tiene que escribir sobre nuestra organización y acabará por no hacernos caso ni siquiera en los momentos en los que realmente tengamos noticias que contar. Cuando cualquier portavoz de un partido u otra organización se pone ante los medios, debe tener muy claro no solo lo que él quiere contar, sino también lo que está de actualidad en su sector y lo que le interesa a la sociedad, que es, al fin y al cabo, por lo que le van a preguntar los informadores. Si no está seguro de poder enfrentarse a estas cuestiones, dejarse asesorar por un buen experto en comunicación será la mejor decisión.